Siempre corriendo para llegar antes. Mejor reposar, pensar, y no llegar tarde. Un vaivén de ciudadanos, válidos, hermosos, a veces cabreados, algunos enamorados, otros desalmados, muchos deshumanizados, que fijan las miradas en el de enfrente, en el de al lado, que hablan del otro, pero al fin y al cabo, desinteresados, y a la vez interesados en su propio destino. Da igual donde viaje, si es en transporte público, cercanías o continental, o incluso en su propio coche en un atasco. Usted siente ahora mismo que esas miradas que describo son las mismas que regala cada vez que gira la cabeza y mira, observa al vecino, sea de asiento, de carril o de andén. Muchas otras veces mira de reojo, e intenta hacer creer al resto que ignora lo que le ocurre al de al lado, incluso aun conociéndolo de vista, incluso aún sabiendo que sufre, incluso evadiendo de su propio pensamiento el "¿y si fuera yo ese ciudadano?"
Usted sigue leyendo su libro, escuchando la discusión de al lado sin prestar demasiada atención, o ensimismado con su música preferida que le regalan una pila alcalina y el reproductor de mp3 que lleva agarrado o colgado, y del que salen dos pequeños botones que están adheridos a sus orejas y que despiden ruido distorsionando el mundo real. En el atasco, su carril avanza, y los gritos mudos de la pareja del coche de al lado, desaparecen de su vista. Una mujer de color se prepara para bajar en la estación de la ciudad cervantina, regañando a sus 3 hijos porque, pequeños y ajenos al mundo, se dedicaron durante todo el trayecto a subirse por los asientos y a molestar a los pasajeros del cercanías destino Santa María de la Alameda, ese pueblo final de línea que nadie conoce, pero culpable de que siempre alguien le pregunte en Guadalajara que si el tren pasa por Atocha. Cargada con el cuarto hijo en sus brazos, azota el culo del mayor a la bajada del tren. Todos miran, pero nadie se inmuta. Solo al fondo del vagón, una joven, que lee un libro, levanta la vista y se sonríe. Un pasajero mareado vomita en la continental y nadie le ayuda ni avisa al conductor. El joven que juega con la consola portátil y con los cascos enchufados a ella a todo volumen, está a su lado, aunque entre medias está el vacío pasillo impregnado de tropezones; lo ve de reojo, pero directamente pasa, de la vida del de al lado que es parte de la suya en ese momento, por no perder la vida en el juego, pues está a punto de pasar de nivel, de humano a inhumano. Usted se acaba de dar cuenta de que el atasco era producto de un accidente en la mediana de la autovía, en la famosa curva que evita estrellar los vehículos en medio de Alcalá, y dejan por el contrario rodearla por el norte. El tráfico lento y curioso, mira torciendo el cuello la escena, y después de pasar por allí, acelera a fondo, excediendo los límites de velocidad porque otra vez llegan tarde.
Es un día cualquiera, es el stress que se vive en el corredor del Henares, de Guadalajara a Madrid, o solo hasta Alcalá, Torrejón, San Fernando o Coslada. Desde Madrid a trabajar a Meco, Azuqueca o Alovera. De Alcalá a Guadalajara. De Guadalajara a la Universidad, la de Alcalá o las de Madrid. De Alcalá a Madrid. De Madrid a Alcalá. Atasco. De Torrejón hasta pasar Alcalá, una eternidad... Retrasados para entrar a Atocha rodeados de raíles. Atasco. Disfrutar despacio de la Avenida América y descargar más viajeros, y esperar, a que algún coche deje salir a la continental otra vez a la autovía. Atasco. Y llegar a Madrid y correr más, pues está usted en la 3ª ciudad donde más rápido camina la gente del mundo, y que además en los últimos años se dedica a esconder sus histerias y miserias en los túneles de Metro y M30. Y volver a casa a descansar y volverse a atascar.
Aunque mire al vecino, oiga sus problemas y sienta que no son los suyos o piense que a usted nunca le van a pasar esas cosas, amigo, usted también está estresado, aunque a lo mejor, todavía no lo sabía. Cuando esta noche llegue a su destino, repose y piense. Y sobre todo, que el estrés no le deshumanice, porque si no, siempre llegará tarde a descubrir la vida. No es una amenaza, tómelo como un consejo de un amigo alcarreño que como usted, viaja cada día a su lado.
Usted sigue leyendo su libro, escuchando la discusión de al lado sin prestar demasiada atención, o ensimismado con su música preferida que le regalan una pila alcalina y el reproductor de mp3 que lleva agarrado o colgado, y del que salen dos pequeños botones que están adheridos a sus orejas y que despiden ruido distorsionando el mundo real. En el atasco, su carril avanza, y los gritos mudos de la pareja del coche de al lado, desaparecen de su vista. Una mujer de color se prepara para bajar en la estación de la ciudad cervantina, regañando a sus 3 hijos porque, pequeños y ajenos al mundo, se dedicaron durante todo el trayecto a subirse por los asientos y a molestar a los pasajeros del cercanías destino Santa María de la Alameda, ese pueblo final de línea que nadie conoce, pero culpable de que siempre alguien le pregunte en Guadalajara que si el tren pasa por Atocha. Cargada con el cuarto hijo en sus brazos, azota el culo del mayor a la bajada del tren. Todos miran, pero nadie se inmuta. Solo al fondo del vagón, una joven, que lee un libro, levanta la vista y se sonríe. Un pasajero mareado vomita en la continental y nadie le ayuda ni avisa al conductor. El joven que juega con la consola portátil y con los cascos enchufados a ella a todo volumen, está a su lado, aunque entre medias está el vacío pasillo impregnado de tropezones; lo ve de reojo, pero directamente pasa, de la vida del de al lado que es parte de la suya en ese momento, por no perder la vida en el juego, pues está a punto de pasar de nivel, de humano a inhumano. Usted se acaba de dar cuenta de que el atasco era producto de un accidente en la mediana de la autovía, en la famosa curva que evita estrellar los vehículos en medio de Alcalá, y dejan por el contrario rodearla por el norte. El tráfico lento y curioso, mira torciendo el cuello la escena, y después de pasar por allí, acelera a fondo, excediendo los límites de velocidad porque otra vez llegan tarde.
Es un día cualquiera, es el stress que se vive en el corredor del Henares, de Guadalajara a Madrid, o solo hasta Alcalá, Torrejón, San Fernando o Coslada. Desde Madrid a trabajar a Meco, Azuqueca o Alovera. De Alcalá a Guadalajara. De Guadalajara a la Universidad, la de Alcalá o las de Madrid. De Alcalá a Madrid. De Madrid a Alcalá. Atasco. De Torrejón hasta pasar Alcalá, una eternidad... Retrasados para entrar a Atocha rodeados de raíles. Atasco. Disfrutar despacio de la Avenida América y descargar más viajeros, y esperar, a que algún coche deje salir a la continental otra vez a la autovía. Atasco. Y llegar a Madrid y correr más, pues está usted en la 3ª ciudad donde más rápido camina la gente del mundo, y que además en los últimos años se dedica a esconder sus histerias y miserias en los túneles de Metro y M30. Y volver a casa a descansar y volverse a atascar.
Aunque mire al vecino, oiga sus problemas y sienta que no son los suyos o piense que a usted nunca le van a pasar esas cosas, amigo, usted también está estresado, aunque a lo mejor, todavía no lo sabía. Cuando esta noche llegue a su destino, repose y piense. Y sobre todo, que el estrés no le deshumanice, porque si no, siempre llegará tarde a descubrir la vida. No es una amenaza, tómelo como un consejo de un amigo alcarreño que como usted, viaja cada día a su lado.
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